La llamada narcoviolencia tuvo su más cruento episodio el fin de semana cuando, en la noche, un convoy integrado por 15 camionetas de sicarios irrumpió en el municipio del noroeste de Sonora, asesinó a una decena de personas e incendio vehículos. De acuerdo con los testigos, los gatilleros llevaban una “X” marcada con cinta en las potezuelas.
Durante más de cuatro horas, una parte del comando atacó a granadazos domicilios del centro y otra deambuló por las colonias del norte e ingresó a una casa en la que un trabajador de la Universidad fue asesinado por error.
Aunque la Mesa de Coordinación Estatal para la Construcción de la Paz y Seguridad había ordenado el desplazamiento a Caborca de las diferentes corporaciones policiales, ese día, ninguna autoridad pisó la zona.
Escenas como esta son habituales en uno de los lugares más peligrosos de la frontera entre Estados Unidos y México. El pasado 11 de mayo, una hielera con restos humanos fue abandonada en el Ejido 15 de Septiembre. El contenedor se encontraba acompañado de un mensaje con amenazas de parte de gente de Rafael Caro Quintero, “El Narco de Narcos”.
“A la gente de la Costa les estamos informando, somos la gente de Caro Quintero. Esta plaza nos pertenecía y ahora todos aquellos productores, comerciantes, mineros de la región, tendrán que pagar la plaza, aquí estamos para limpiar. Somos la Barredora 24/7, el R Rodrigo Paez y Cara de Coch, y todos juntos somos el Cártel de Caborca”, [sic] se lee en la manta.
Desde hace años, Caborca ha sido identificado como el centro de operaciones de Caro Quintero. En esa localidad, el fundador del Cártel de Sinaloa controla la siembra, el cultivo y cosecha de marihuana.
Su dominio en la zona ha sido absoluto. Según atestiguan pobladores, cuando el grupo del Narco de Narcos llega, nadie se cruza en su camino.
Las pistas de la actividad del capo mexicano en el sitio han sido evidentes. Por ejemplo, en Sonora, la venta de automóviles lujosos ha sido acaparada por Caborca, tierra de ganaderos, quienes no podrían ser los adquirientes. Además se ha incrementado sustancialmente la compra-venta de ranchos, que se llegaron a vender al doble de su costo, y tampoco los compradores son ganaderos.
Los medios de comunicación describen al municipio sonorense como una atmósfera de zozobra, donde la gente teme mencionar el nombre de Rafael Caro Quintero.
En 1985, el asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena llevó a la cárcel a “El Narco de Narcos”. La acusación considera probado que el 7 de febrero de dicho año, cuando Camarena salía del consulado de Estados Unidos en la capital de Jalisco, fue secuestrado por policías y entregado al extinto Cártel de Guadalajara. En un terreno de la organización, el policía estadounidense fue torturado una y otra vez mientras un médico le mantenía con vida. Cuando su cuerpo fue recuperado, se descubrió que había sido castrado y enterrado vivo.
La barbarie golpeó como nunca antes el corazón de la DEA. La agencia puso en marcha una gigantesca operación, dentro y fuera de la ley, para atrapar a los culpables. Ninguno se libró.
El primero en caer fue “El Narco de Narcos”. La justicia de México lo condenó a 40 años, pero en 2013, cuando aún le faltaban 12 años por cumplir, logró que un tribunal de Jalisco lo dejara en libertad por un defecto de forma. Cuando la decisión fue invalidada ya estaba en la clandestinidad.
Su salida no ha escapado a los ojos del gobierno de Estados Unidos, incluso un expediente de la corte de Distrito Sur de Nueva York asegura que el narcotraficante, originario de Badiraguato, Sinaloa, es uno de los socios comerciales del dictador venezolano, Nicolás Maduro, a quien también se le señala de traficar droga.
Entre otras acusaciones que enfrenta Rafael Caro Quintero destaca aquella que refiere que desde 1980 mantiene el liderazgo del Cártel de Sinaloa, incluso desde la prisión, con lo cual habría generado cientos de millones de dólares.
Con información de EFE y AP
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