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Ya para 1980 Era un hombre a quien todos acudían en busca de ayuda. Incluso su casa se llenaba de personas, la mayoría gente pobre que deseaba un favor.
En todo el estado se le conocía como El Robin Hud de Ojinaga, El Padrino, El Zorro de Ojinaga, aunque también El Pablote, por su corpulencia y altura.
Al correr del tiempo, junto con el poder y el dinero también crecieron sus excesos y vicios. Comenzó a abusar de las drogas y el alcohol. Pero quizá el peor error de El Zorro de Ojinaga, fue el haberse dejado llevar por la soberbia.
Tuvo su base de operaciones en la frontera de Ojinaga, Chihuahua, México, y su mayor poder fue en el período de 1982-1986. A través de un sistema de protección con agencias de policía federal y estatal asi como el ejército mexicano.
Acosta fue capaz de garantizar la seguridad de cinco toneladas de cocaína en vuelo en aviones todos los meses desde Colombia a Ojinaga. Este hombre benefactor, venerado y odiado, fue uno de los cinco padrinos del narco en el país.
Sobre su muerte existen varias versiones, las que más destacan es que fue traicionado y puesto por Amado Carrillo Fuentes, otra versión es que fue traicionado por Guillermo González Calderoni, uno de los policías federales más corruptos en la historia de México a quien por cierto solía proteger a cambio de una millonaria cuota.
Era el 24 de abril de 1987, tres helicópteros salieron de El Paso, Tejas. Personal de la PGR en unos y del FBI en otros, todos iban coordinados con el mismo propósito; Detener a Pablo Acosta.
Pablo entraba a su casa cuando el estruendoso zumbido de las hélices de los helicópteros lo llenaba todo. Todos provenían del lado gringo, aunque uno de las aeronaves no traspasó al lado mexicano, hizo una guardia para que nadie huyera al lado americano.
Los otros dos helicópteros sobrevolaban a ras de los techos de teja del pueblo. Uno se posicionó para descender y policías armados brincaban del mismo. La otra aeronave sobrevolaba y buscaba francotiradores.
De inmediato se escucharon las primeras detonaciones de las poderosas armas de ambos bandos. Los vecinos corrieron a ponerse a salvo.
El tiroteo era nutrido. El olor a pólvora quemada llegaba a la mayoría de las casas del pueblo.
“Ríndete Pablo. Ya no hay escapatoria”, insistía Calderoni –..
Acosta y dos de sus gatilleros habían resistido durante casi dos horas dentro de la casa, al igual que otros de sus pistoleros.
Con la adrenalina a tope, sin retirar el arma de su cabeza, Acosta dirigió su mirada hacia el lugar donde venían las advertencias y gritó: “¡Chinga a tu madre, Calderoni!; de aquí no me llevas vivo. Tendrás que venir por mí cabrón!”
Después Pablo jaló el gatillo.
UN DÍA ANTES DE SU MUERTE, Pablo Acosta estaba sentado en una paca de pastura fuera de su casa, bebía una cerveza, cuando pasó su vecino, un ganadero que recién regresaba de su jornada laboral.
—Venga para acá, salúdeme y siéntese aquí conmigo, hombre, vamos a platicar —le invitaba Acosta.
“A pesar de su amabilidad, siempre sí da temor hablar con un narco de ese peso, y el ambiente a su alrededor es denso”, recuerda su vecino. “Sus pistoleros eran jóvenes muy impetuosos.
—Sálgase de aquí don Pablo, es peligroso para usted, por que ya trae al gobierno encima —le sugirió su vecino
—No amigo
Me voy a quedar en esta casita, porque aquí es donde me voy a morir, pero lo voy a pensar –respondía amable Acosta.
Pablo le confesó a su vecino que le gustaba mucho ir a las inmediaciones del Rancho de Enmedio, en el sitio donde se encuentra la Piedra Grande, en la parte superior del llamado Cerro Chino, porque el padre del capo, Cornelio Acosta, acostumbraba acostarse en la piedra para admirar las estrellas durante largas noches.
El capo hacía lo mismo, acompañado de sus hombres, con quienes se emborrachaba y drogaba, al amparo del cielo estrellado del desierto.
Con información de EFE y AP
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